Todos tenemos un error, una persona inadecuada que es la única capaz de hacerte feliz, aunque en realidad es una felicidad de mentira, pues es dolor, aunque no lo veas así, aunque en verdad no veas nada más que la realidad inventada que proyecta tu cerebro.
El principio fue por lo tanto un error que creí acierto. Es de esos errores con los que prefieres hacerte daňo y no poder olvidarte, antes que ser feliz con otra persona, con aquella persona que no saludaste porque el error creía que era un error hacerlo, aunque ahora pienso que haberlo hecho hubiese sido el acierto que me salvase de este final.
Yo solo quería salir del precipicio de seguir intentando que aquello saliese bien, eran intentos tirados al fondo de su orgullo, y era demasiado profundo para encontrar un mínimo de compresión. Y desde entonces no tengo corazón, y sí coraza.
He perdido el tiempo y ahora llego a destiempo a todas partes. He cambiado los abrazos por unos brazos anclados que no encuentran en nadie el consuelo.
Y el final llegó cuando me di cuenta que me había acostumbrado al dolor, y acostumbrarse a algo, la rutina del dolor de pecho, es perder la partida. Y todo por un error. Y esto os lo explico con el corazón en mis dos manos, pues en una sólo cabe la mitad de algo partido.
Se fue con un beso dejándome en la boca la palabra esperanza.
Y esperé, y desesperé.
Y cuando insistes tanto y sigues fallando, y pese a romperte todas las veces lo sigues intentando, solo toca esperar que llegue tu final, y hacer de él un poema, una novela, una canción, en definitiva, convertir el dolor en arte para que los demás sepan de tu fracaso; yo, en cambio, decidí que el final se quedase en mi mente pensando siempre que de intentarlo una vez más se convertiría en acierto.